Juan
Carlos Onetti, el autor que sin duda alguna merece ser leído y re-leído cuantas
veces podamos, según las nuevas impresiones, expectativas y perspectivas que
queramos generar a partir de su lectura. No sólo Para una tumba sin nombre, es la novela o la historia –si se
quiere- que “podría ser contada de manera
distinta otras mil veces”, sino toda su obra, puesto que los personajes
acompañados de una especial, minuciosa y decadente narrativa van creando una
tensión en nosotros, sus lectores, la cual
nos hace participes de cada historia, nos convierte en el médico, el
personaje que reconstruye la historia de Rita a partir de los datos que le son
dados por los otros personajes y teniendo el conocimiento de sólo algunos
pequeños antecedentes.
El
lúgubre ambiente que rodea a los habitantes de Santa María en la novela en
cuestión, les otorga un aire de decadencia, de pesadez existencial, que para
muchos de nosotros podría pasar desapercibido por la naturalidad con la que
Onetti, nos los presenta; pero que vistos desde un ámbito más específico,
podría claramente sugerirnos que los personajes están muertos (algo muy
Faulkneriano) y que sólo cobran vida cuando toman la vocería en la historia, es
decir, cuando son participes de ella, por lo que uno puede percibir que cada
uno da y defiende su versión, su verdad, para tomar una re-significación en la
novela y en su vida como tal.
Dado
que las formas de participación de los personajes son la de la invención
imaginaria, ésta por parte de Jorge; y la de la ficción presentada mediante las
pesquisas que pueden ser atribuidas al Doctor , quien va “rellenando” la
historia con lo que puede, adivinando cosas, podemos concluir que el Doctor no
es quien cobra vida participando de forma activa sino el mismo Onetti, el cual
en un momento de aburrimiento, así como el Doctor; se involucra de una manera
tan inherente en la historia, que fácilmente puede confundírsenos con el médico.
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