En el primer monólogo, una
vez recobrado su juicio, Áyax analiza su situación, en primera instancia se da
cuenta de que los Dioses, el ejército heleno y todo Troya lo aborrecen por sus
crueles actos cometidos, su primera alternativa sería abandonar su tierra e
irse para donde su padre, pero tal osadía sería en vano pues su padre lo depreciaría
por no ser el merecedor de las armas de Aquiles. En esta instancia la única
salida es la muerte que dada mediante sus manos, no sería más que una muerte
gloriosa y digna de honor.
En el segundo monólogo, mediante el conmovedor
discurso hacía su hijo, Áyax nos deja sugerido que indudablemente morirá. En
tal discurso le específica a su hijo que quedará a cargo de su tío Teucro y que
como herencia le será otorgado su escudo. Sus otras armas, pide, serán
enterradas junto con él.
El tercer monólogo se nos
presenta ya, en ésta instancia, un tanto confuso en lo que respecta al coro,
puesto que comienza con lamentaciones y al finalizar prorrumpe en medio de un
gran júbilo de alegría.
A pesar de los ruegos de
Tecmesa y el Coro, Áyax continua con el firme deseo de suicidarse, pero despista a sus interlocutores, haciéndoles
creer que irá al campo para agradecer a los Dioses y suplicar por sus injurias
para con ellos, y para tal acto solicita poder llevar su espada consigo, pues
en la ofrenda ésta es clave.
Pero la idea de Áyax
principalmente al quererlos persuadir de que lo dejasen solo con ese tono de
voz un tanto melodramático, es para poder llevar a cabo se cometido y
finalmente lograr su mayor deseo.
El cuarto monólogo se da en
una playa solitaria, éste a mi parecer, es el más relevante, no sólo porque
aquí se desata el desastroso final del héroe, sino porque en medio de la
invocación a los Dioses, el discurso por parte de Áyax, está completamente
lleno de sinceridad. En primera medida se y nos confiesa que la muerte por sus
propias manos, no le parece en absoluto gloriosa, sino que por el contrario le
parece una desventura de tal magnitud que sólo queda por desearle el mismo
infortunio a sus enemigos.
Invoca a Zeus para que llame
a Teucro e impida la profanación de su cadáver; a Hermes para que lo guíe hacía
el inframundo; a las Erinias para que, atormenten a los griegos; y a la muerte
para que venga a recibirle. Una vez culminado su discurso indica que esas eran
sus últimas palabras y se da a la muerte echándose sobre su propia espada, la
otorgada por Héctor.
En esta etapa se vislumbra
que el suicidio de Áyax no fue ni siquiera por la no obtención de las armas,
sino por la vergüenza que le generó haber atacado a los rebaños y el dejar a
sus enemigos inmunes.
Este juicio, si cabe
llamarlo de tal modo, se da de modo silencioso, no hay salvación alguna, ni
preguntas por culpas o delitos, no existe entonces otro juez más que sí mismo.
Su dolor, es un dolor sin salida, es un dolor moral que no tiene más consuelo
que su final desventura.
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